Después de muchas semanas de espera ETA ha anunciado hoy alto el fuego "permanente, general y verificable". Desde el medio día no han parado de producirse reacciones hacia lo que ETA ha venido a comunicar y parece ser que la tónica general tiende a calificarlo de insuficiente.
La pregunta clave es ¿Decepción o esperanza? Lo cierto es que el comunicado, como bien ha dicho el Vicepresidente Rubalcaba "no es una mala noticia, pero no es la noticia" que casi todo el mundo quiere: el abandono definitivo de la violencia. A casi todo el mundo le viene a la memoria la secuencia de las treguas trampa anunciadas y finalmente quebradas por ETA lo que hace que nos inunde un sentimiento de desesperación y bastante odio hacia la banda terrorista. En realidad nadie está en condiciones de defender (salvo ETA) la propia existencia de la banda una vez realizada la transición democrática, una vez aprobado el Estatuto de Autonomía y una vez ejercidos los derechos de autogobierno y los privilegios forales durante más de 30 años. Nadie entiende que ETA siga existiendo por lo que cada crimen siempre ha venido acompañado de sentimientos de impotencia, rabia y dolor.
¿Qué hacemos entones ahora? ¿Les creemos? ¿No les creemos? Parece ser que si creemos que ETA ha dado un paso hacia el fin de la violencia somos unos ingenuos, pero no es menos cierto que si no albergamos la más mínima esperanza de que esto pudiera acabar de una vez por todas, estaríamos incurriendo en una grave irresponsabilidad.
No debemos dejar de lado la coyuntura. Estamos en vísperas de elecciones: Las anteriores treguas de ETA han coincidido siempre en vísperas de elecciones municipales (1998- Elecciones 1999; 2006- Elecciones 2007) en las que la llamada Izquierda Abertzale ha tratado de una u otra forma concorrir a las mismas. En todo caso, con la experiencia anterior, parece claro que hasta que ETA no abandone la violencia será la responsable de la no concurrencia de sus postulados políticos en las urnas. Esta es la realidad que manejamos y que nos otorga relativa seguridad.
ETA, con sus treguas trampa anteriores ha conseguido que las fuerzas democráticas se centren en mantener cautela ante la verdadera voluntad de la banda. La violencia es la niebla que hace opaco un problema que ya ni sus aliados políticos parecen estar dispuestos a apoyar. Que Batasuna o cualquiera que sea la formación en condiciones de participar en las elecciones afirme que apuesta exclusivamente por las vías pacíficas es un signo de esperanza para todos los ciudadanos.
Si finalmente ETA abandonara las armas, ¿cuanta gente estaría dispuesta a perdonar? Esta es una pregunta que ETA debería hacerse: cuanto más se alarga el terror, más difícil resulta el perdón.
Los partidos políticos, y en especial el Partido Popular (puesto que abandera el discurso más duro), deben replantearse que son los primeros que tienen que dar ejemplo sobre la actitud, los argumentos y lo que están dispuestos a ofrecer en un contexto de abandono definitivo de la violencia, que es sustancialmente diferente al que nos tiene acostumbrados ETA, tregua tras tregua. Parece claro que el tiempo de decepción puede verse sucedido por el de esperanza, y en ese contexto el alcance de las propuestas políticas de los partidos debe estar alimentado por otros valores y otra actitud que el rencor, el odio, la venganza o la desconfianza para que aquellos que quienes no se sienten parte del sistema puedan al menos utilizar la única vía para reformarlo, lo cual no es nada descabellado, pues es uno de los paradigmas de las democracias liberales y constitucionales, que prevén el camino institucional para su propia reforma. Otra cosa es que lo consigan.
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