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Ortega y la crisis política...

jueves, 5 de noviembre de 2009

“El Estado tradicional, es decir, la Monarquía, se ha ido formando un surtido de ideas sobre el modo de ser de los españoles. Piensa, por ejemplo, que moralmente pertenecen a la familia de los óvidos, que en política son gente mansurrona y lanar, que lo aguantan y lo sufren todo sin rechistar, que no tienen sentido de los deberes civiles, que son informales, que a las cuestiones de derecho y, en general, públicas, presentan una epidermis córnea. Como mi única misión en esta vida es decir lo que creo verdad, -y, por supuesto, desdecirme tan pronto como alguien me demuestre que padecía equivocación-, no puedo ocultar que esas ideas sociológicas sobre el español tenidas por su Estado son, en dosis considerable, ciertas. Bien está, pues, que la Monarquía piense eso, que lo sepa y cuente con ello; pero es intolerable que se prevalga de ello. Cuanta mayor verdad sean, razón de más para que la Monarquía, responsable ante el Altísimo de nuestros últimos destinos históricos, se hubiese extenuado, hora por hora, en corregir tales defectos, excitando la vitalidad política persiguiendo cuanto fomentase su modorra moral y su propensión lanuda. No obstante, ha hecho todo lo contrario. Desde Sagunto, la Monarquía no ha hecho más que especular sobre los vicios españoles, y su política ha consistido en aprovecharlos para su exclusiva comodidad. La frase que en los edificios del Estado español se ha repetido más veces ésta: «¡En España no pasa nada!» La cosa es repugnante, repugnante como para vomitar entera la historia española de los últimos sesenta años; pero nadie honradamente podrá negar que la frecuencia de esa frase es un hecho.”

Seguramente muchos hayan leído algún fragmento del famoso artículo de Ortega, “Delenda est Monarchía”, aunque más comúnmente se conoce como “El error Berenguer”. Evidentemente, aquellos tiempos pasaron y esta monarquía no es la misma que la alfonsina. Al menos, nuestro Rey no quiso apoyar un golpe militar y no se ha convertido en el cómplice de una dictadura política. Podremos ser republicanos o monárquicos. Yo que soy abstencionista en este aspecto quiero utilizar este texto porque creo que es contemporáneo a nuestros tiempos actuales, solo que la crisis a la que nos enfrentamos nosotros es más social y económica, pero también es, precisamente por ésto, política.

No tengo mucho más que añadir a lo que dice Ortega salvo que para comprender el texto es necesario que no pensemos en la Monarquía. Pues, por aquellos entonces, el Rey, como Jefe del Estado, tenía la capacidad de nombrar y cesar Ministros, e incluso de hacer la guerra. Hoy vivimos en un sistema político representativo moderno, competitivo y más abierto. Pero podría serlo más, desde luego. Y esa responsabilidad política y participativa, recae fundamentalmente en nosotros como ciudadanos y en los políticos como representantes. Solo una sociedad civil democrática puede mantener a un Estado Democrático pero, sobre todo, solo un Estado Democrático puede mantenerse si tiene una sociedad civil democrática.

Pensemos entonces qué mensaje nos mandan nuestros políticos cuando comenten actos corruptos, cuando no posibilitan la libertad de expresión dentro de sus partidos o cuando no fomentan la asociación de ciudadanos en la defensa de los intereses propios y comunes. Tenemos un Estado que permite la asociación, es más, es un derecho fundamental. Pero no tenemos, genéricamente hablando, una conciencia democrática plenamente desarrollada ni somos capaces de exigir comúnmente lo que es nuestro. Quizá ni siquiera sepamos qué es nuestro, o más bien, no valoramos hasta que punto tenemos una democracia con unos instrumentos específicos. No reclamamos participar. Y votar cada cuatro años no es toda la democracia.

Precisamente por eso, siguiendo a Ortega, deberíamos tener una clase política que no aspirase a crear ciudadanos desinformados, o individuos sin relaciones sociales basadas en exigencias políticas comunes. No pueden valerse del argumento anterior. No somos tontos. Los derechos individuales de por si están desprotegidos en muchas ocasiones frente a la maquinaria burocrática o empresarial. Los partidos políticos responden cada vez menos a una ideología concreta y a una diferenciación clara. Los sindicatos están excesivamente institucionalizados en el sistema. La defensa de los derechos políticos, civiles o sociales se entiende ahora de una manera más laxa e individualista.

Por eso, Ortega acababa criticando la continuidad de Berenguer, allá por 1930, porque el poder veía la práctica política de su tiempo como algo normal y para Ortega, España estaba, de esta manera, desvertebrada.

Quiero acabar de nuevo con Ortega, así que os dejo leer como acaba su artículo. Y a partir de ahí, saquen ustedes sus propias conclusiones.

“Y como es irremediablemente un error, somos nosotros, y no el Régimen mismo; nosotros gente de la calle, de tres al cuarto y nada revolucionarios, quienes tenemos que decir a nuestro conciudadanos: ¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo!”

Alta Política

martes, 3 de noviembre de 2009

Casi nadie está de acuerdo en lo que éste término significa. La verdad es que no he encontrado un consenso sobre el mismo pero si se intuye lo que se quiere decir al usar estas palabras. Monserrat Nebrera, hoy un cadáver saliente del PP Catalán, se refería en su blog a la alta política de la siguiente manera: <<“alta política” por referirme de algún modo a lo que se suscita en torno a una contienda electoral, al modo de pretender captar el voto, a la vorágine de los pactos “post”, cuando nadie ha resultado sobradamente respaldado.>>

Otros contestan que “alta política” se refiere a la calidad del debate, haciendo alusión a los contenidos sobre los que nuestros representantes debaten ante la perpleja mirada de la opinión pública, encargada luego de reflejarlos en la sociedad.

En definitiva, podríamos señalar que la “alta política” la desarrollan actores, generalmente representantes de los ciudadanos en un contexto con temas políticos capitales para la buena marcha de un país, y cuya resolución condicionará la confianza de la opinión pública en las instituciones donde ésta se desarrolla. Si tomáramos por buena esta definición que os propongo, podría servirnos de base para analizar al actual situación política. Y por supuesto, nos daría mucho pié para criticar con dureza el sistema actual.

A pesar de que el sistema de “geometría variable”, es decir, la necesidad del grupo mayoritario de establecer pactos puntuales, podría dar lugar a una ferviente actividad en los pasillos de nuestras Cortes, el clima político impide esta actividad. El Gobierno, con pocas posibilidades de sacar adelante sus medidas sino es a fuerza de sudar sangre, padece una oposición con pocas ganas de negociar. Aun así, logrará sacar los presupuestos y otras leyes como la del aborto.

Pero lo mas preocupante de todo es la calidad del debate. Al señalar Nebrera que la alta política se practica únicamente entorno a una disputa electoral podríamos concluir que ni siquiera el actual contexto ha producido alta política. Podríamos asistir actualmente a debates de contenido en el Congreso para solucionar la crisis económica y sin embargo llevamos meses escuchando lo mismo. “Lo peor de la crisis puede estar pasando” dice hoy Leire Pajín, quien parece llegar con retraso porque ya en Mayo el Presidente anunció “que podemos decir que lo peor de la crisis ha pasado ya”. Peor están en el Partido Popular, donde ya no sabemos si Rajoy manda de verdad o no, y donde Esperanza Aguirre ha vuelto a dar la nota con algo que le permita seguir disputándole el liderazgo a largo plazo. Y además, su máxima en oposición es “yo les apoyo, pero si hacen lo que yo digo”. Y mientras tanto lo de hacer alta política y arrimar el hombro, se les ha olvidado a todos. Considerar la alta política como el momento electoral sin mayoría no debería llevarnos a renunciar a la responsabilidad de la consecuencia (el Gobierno en minoría) frente al contexto (la crisis económica). Muchos políticos, y especialmente los conservadores, dicen ser los herederos de ese gran pacto colectivo del olvido al que llamaron “transición”, protagonizado por el “consenso”, que fue la máxima expresión de la alta política frente a la crisis del momento, desarrollando un Plan de Estabilización que conocemos como “Los Pactos de la Moncloa”. Quien bien nos vendría ahora ese espíritu.

Y sin embargo, creo que desde el mismo 10 de Marzo de 2008, el PP solo piensa en las futuras elecciones.