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La Europa que no confía en si misma no prosperará

martes, 19 de julio de 2011

Los Estados Nacionales supusieron la creación de un ente monopolizador de la coacción que en la edad moderna estaba dispersa entre múltiples grupos de poder. Europa fue la pionera en la creación de los primeros grandes Estados modernos que unificaron el poder en manos de los monarcas absolutos primero y de los Estados liberales después. Desde esos Estados se extendieron leyes, libertades, desigualdades, opresión, problemas y soluciones. En cualquier caso se puede construir un relato más o menos nítido de la evolución del Estado desde sus inicios hasta la actualidad en la que se pueden percibir sus cambios de forma, especialmente desde las revoluciones liberales y con la gran transformación después de la segunda guerra mundial, cuando se alumbró lo que hoy conocemos como Estado de Bienestar.

Pero en los años 70, la historia de la organización política y del Estado comenzó a involucionar en algún caso. Si desde el siglo XIX los Estados habían ido acaparando poder con el fin de acabar con desigualdades y opresiones históricas, bajo un exagerado discurso neoliberal, el Estado comenzó a abandonar algunas de las tareas que con legitimidad se había impuesto. Y es que el Estado liberal es así, con la misma legitimidad que se pone funciones se las quita, siempre que haya leyes que se lo permitan.

El problema vino cuando la Ley, que entonces emanaban del pueblo/nación (no es lo mismo, pero no es el momento) comenzaron a estar supeditada a necesidades que no eran los de la población sino de aquellos que tenían dinero y que habían construido un espacio de perversa libertad especulativa: los mercados internacionales de capital. Cambiaron las élites. Aprovechando la crisis de los 70, dirigentes conservadores se hicieron con el poder en algunos países y comenzaron a desmantelar el Estado de Bienestar: Margaret Thatcher o Ronald Reagan son ejemplos bastante conocidos por todos.

En Europa llevábamos un camino distinto. Es verdad que los Estados de Bienestar se recortaron tras la crisis de los 70 y 90, pero la prosperidad de los últimos 15 años les había permitido en gran medida fortalecerse y recuperarse. Europa suponía un ejemplo de modelo social y político en el que las democracias funcionaban, eran efectivas, gozaban de legitimidad. Y con esa fuerza pudieron los Estados europeos construir, crisis tras crisis, una organización supranacional destinada a coordinar políticas públicas, abrir espacios de libertad, extender derechos de ciudadanía y unificar culturas enfrentadas desde hace décadas. La UE.

¿Y qué nos pasa ahora? Crisis tras crisis habíamos tenido la capacidad de ponernos de acuerdo para superar nuestros problemas en conjunto, e incluso lo logramos porque habíamos interiorizado que los problemas que nos acosan a los europeos eran problemas comunes que se solucionaban tomando conciencia de las responsabilidades compartidas que tenemos. Porque, objetivamente, nos ha ido mejor así que siendo el gran escenario de enfrentamientos que han derramado sangre por doquier. Y porque fruto de esos enfrentamientos parecíamos haber aprendido la lección de la historia que nos dio la receta para cuidar la democracia de los extremistas.

Tras la crisis, se ha extendido como la espuma la conciencia mediante la que culpamos a los responsables nacionales de lo ocurrido sin la suficiente amplitud de miras para exigirles que tomen en Europa las decisiones que pueden salvarnos del hoyo a un conjunto muy grande de ciudadanos y a generaciones jóvenes como la mía.

¿A estas alturas de la globalización sabemos que hemos liberalizado la economía hasta tal punto pero no sabemos que un Estado solo – solo de “soledad”- no puede con todo? Pues parece que no. Parece que si hay un problema con los inmigrantes que vienen de las revoluciones árabes cerramos fronteras por primera vez en la historia de la UE y cambiamos el Tratado de Schengen. Sabemos que si Grecia tiene un problema, Alemania se niega a poner en marcha medidas que doten de autonomía a la autoridad económica europea para protegernos del acoso del mercado.

Pues eso señores. Que ZP es muy malo, Rajoy es peor y todo esto. Que la clase política necesita un revulsivo y retomar un espíritu de lucidez y visión estratégica de Estado. Que si. Pero que, como dijo uno que todos conocemos, tenemos que pensar en construir un poder superior al del Estado para que el poder político pueda reconducir la dispersión del poder derivada de la desregulación económica. Y eso solo se hace creyendo en la política y demostrando su capacidad en Europa.

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