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Desmiento

jueves, 9 de julio de 2009

Durante el último año y medio largo hemos vivido una situación de gran confusión cuyo nexo fundamental es, sin duda alguna, la crisis económica. Sobre ella, sobre sus causas y consecuencias se habla y especula todos los días en la prensa y en la boca de muchas personas en este país hay un culpable, un chivo expiatorio: Jose Luís Rodríguez Zapatero.

Echarle la culpa de todo al presidente ha sido un continuo recurso para quienes no quieren ver la realidad. Puede que el presidente peque de excesivo optimismo, de cierta ingenuidad o de demasiada improvisación. Es algo que yo también le achaco, porque a pesar de que yo no soy de los más pesimistas he percibido que el Gobierno no ha sido el actor relevante, el impulsor necesario, la guía indispensable sin la cual nadie puede afrontar soluciones integrales ante la crisis económica. Yo también he percibido esto, como muchos ciudadanos. Pero la causa de la crisis no es la política económica de Zapatero sino algo mucho más general, mucho más abstracto pero no por ello menos relevante. Lo que existe a día de hoy es una crisis económica, política, social y moral creada por la extensión en las últimas dos décadas de lo que se ha llamado capitalismo salvaje, pensado e impulsado desde una ideología predominante: el neoliberalismo.

Para quien no lo sepa, la ideología neoliberal se hace un hueco importante como consecuencia de las crisis de los años 70. En lo político, el neoliberalismo defiende el recorte o la supresión de los programas sociales que se habían venido introduciendo durante la edad de oro del capitalismo, entre 1945 y 1973, todo lo cual supone reducir el Estado y menguar la sociedad del bienestar basada en tres pilares fundamentales: la redistribución de la riqueza, el pleno empleo y la lucha contra la desigualdad social mediante el mantenimiento de un Estado fuerte.

Pero es en lo económico donde más hace incapié la nueva ideología. La economía se sitúa por encima de la política y es entonces cuando los mercados financieros de desregulan y se vuelven inseguros para quienes los practican. Los mercados financieros se sitúan como un mundo a parte de la economía real, sirviendo tan solo en parte a la misma, y favoreciendo el proceso de globalización de grandes riquezas y fortunas a escala mundial que se han movido a lo largo de los ultimos 20 años con total impunidad, especulando y jugando con dinero ajeno, inventando nuevas fórmulas de negocio y beneficio. Estas nuevas finanzas, esa desregulación, esa menor intervención del Estado, ese más mercado encandiló también a los partidos socialdemócratas en Europa si bien en España el máximo impulsor de dichos cambios fue el Gobierno de Jose María Aznar cuya política económica se dejó indentificar enseguida como liberal bajo el apodo de centrista y cuyos pilares fundamentales fueron el control del gasto social (reducción) para controlar el déficit y la inflación. Esa política, que saneó en principio la economía ha tendido a reducir las capacidades de control y regulación del Estado en sectores importantes que ahora están en crisis.

Por ejemplo, liberalizó la energía. Privatizó repsol, endesa y otras marcas. Privatizó telefónica. Y se cargó todos los bancos públicos en España dejando al Estado con el "manco" Instituto de Crédito Oficial. Todo esto, y las reducciones de impuestos produjeron un estrechamiento del Estado, una reducción del mismo y de su intervención, con el incuestionable planteamiento para el ex-presidente acerca de la ineficacia e inutilidad de la intervención estatal en la economía. Pues buen señores, esas políticas, y otras de Gobiernos anteriores o sucesivos han provocado que a estas alturas los Estados en Europa y por supuesto España, se hayan visto incapacitados para reaccionar frente a la crisis, sin recursos públicos o competenciales con los que intervenir en el mercado, si a eso le sumamos el "no control" del Estado sobre el sistema monetario a consecuencia del ingreso en el Sistema Monetario Común.

Todo esto ha dado lugar a una crisis social. A una falta de referentes sociales sobre los cuales edificar un mundo más justo, más solidario y más comprometido. El nuevo liberalismo propició, y ha dado fruto, una mentalidad individualista que ha adormilado a la población y a la juventud dejando que el "tanto tienes, tanto vales" o el "mientras a mi no me afecte..." acallen las conciencias de los gobernados, que se pasan el día soportando decisiones y broncas políticas a menudo ineficaces.

¿Qué nos espera entonces ahora? ¿Sería más necesario ahora que nunca un socialismo nuevo, una manera nueva de entender la democracia, de sentirla y de ejercitarla? Estoy seguro de que sí, y de que los jóvenes tenemos mucho que decir, por lo sometidos que estamos al imperio del dinero y del egoismo. Asociémonos, seamos pues, todos un grupo, quejémonos y desmintamos los falsos testimonios de quienes, por quedarse tranquilos y en paz, buscan lapidar ideológica y personalmente a un Presidente del Gobierno que tan solo ha sido un residual eslabón en la carrera que nos llevó hasta donde estamos. No puede ser que la juventud esté exenta de ambición, de ganas de cambiar las cosas, de referentes políticos o sociales hacia donde caminar. Uno de los grandes errores que hemos cometido hasta ahora fue pensar que lo teníamos todo. Miremos alrededor, y veámos que, aunque no estamos tan mal, estamos lejos de ser lo que un buen socialdemócrata desea para su país.